martes, julio 04, 2006

Coyuntura Chilena: PS y JS

Chile Actual: Su Revolución Cultural

Michelle Bachelet, doctora y militante socialista, detenida, torturada y exiliada por la dictadura de Pinochet, es el rostro y la imagen de un evidente cambio en Chile, el cual cuesta percibir su real magnitud, dimensión y profundidad. En Chile hoy, se vive con fuerza un trozo de enorme importancia, de la revolución cultural que América Latina vive.

Chile es una de las tantas burbujas que se agitan de esta ebullición social que comienza a propagarse por el continente. Que encuentra ecos de reflejo en otros puntos del mundo. Como un volcán dormido que cobra vida, que poco a poco despierta, con más rapidez de la que en el fondo se espera.

Conceptualmente, es lo que ocurre en el Chile actual. Una imagen para comprender lo que ronda en la discusión socialista, en el sentir progresista de Chile.

El Factor Lagos

El presente de Chile fue concebido en parte, en su pasado más reciente. En un clima de desgaste de la coalición democrática –Concertación- posteriormente a la elección de Ricardo Lagos Escobar (primer socialista en la presidencia de Chile después de Salvador Allende) quién ganó estrechamente a Joaquín Lavín (Opus Dei) candidato de la ultra derecha.

Lagos instala su gobierno con potencia en medio de algunas dificultades y con algunas novedades cargadas de simbolismo para un país, culturalmente, muy tradicional y conservador. Incluyó dos mujeres en su gabinete; Soledad Alvear, Demócrata Cristiana y Michelle Bachelet, socialista. Las dos mujeres que cinco años más tarde, competirán por representar a la Concertación como candidatas únicas a la presidencia de la república de Chile.

Lagos impulsó en su campaña el siguiente eslogan: “Crecer con Igualdad”. A diferencia de Lavín, quién desde un principio, acuño e hizo propio “Viva el Cambio” como eslogan de campaña. Esto grafica un remezón político de fondo, no sólo para la Concertación, sino también para la izquierda extraparlamentaria (Partido Comunista –PC- y partido humanistas –PH-) que, en segunda vuelta, votó en bloque por Lagos.

Fue sorprende ver a la derecha, utilizar la palabra “cambio”. Marcando un precedente respecto a los espacios sociales que la derecha había comenzado a ocupar (sin darse cuenta el resto de los partidos) por la desmovilización y consiguiente desgaste que trajo a la Concertación, los 10 años en el poder, la coyuntura política de finales del gobierno de Frei con los resabios de una economía estancada por los efectos de la crisis asiática y la tibia conducción política del gobierno demócrata cristiano.

Así, Lavín y su “cambio” se consolidaron como un actor fuerte de la política chilena, en los difíciles comienzos de la Concertación en la administración Lagos, en la cual, por medio de muchos simbolismos paralelos a los esfuerzos de progreso, sembró la posibilidad certera de una ciudadanía que mayoritariamente eligió el 2005’, no un cambio de mano política con Lavín o Sebastián Piñera (el otro y nuevo multimillonario candidato de la derecha), sino al contrario, una transformación social con una mujer socialista de la Concertación.

La primera mujer presidenta de América

Bachelet, no tiene trayectoria común o tradicional de “político”. Siempre desde una fila alejada de las más finas decisiones de los partidos, adquiere un infrenable carisma y popularidad como Ministra de Salud pero más aun y por sobre todo, cuando asume la cartera de Ministra de Defensa. Lo cual se vuelve un hecho histórico debido al mundo que representaba: una mujer de izquierda, hija de un asesinado general de la Fuerza Aérea de Chile, brutalmente maltratada por la dictadura. Su figura es sin duda, todo un símbolo, que se nutre y potencia de la abrumadora popularidad que Lagos construyó y estableció al concluir el hasta ahora más exitoso de los gobiernos de la Concertación.

Bachelet, es un liderazgo nuevo, diferente. Que explota la espontaneidad y la humanización de las decisiones políticas. Es un estilo que proyecta una imagen de apertura al diálogo. En palabras de ella misma: una democracia participativa.

A penas asume el poder, instala el primer gabinete paritario en la historia de Chile. 50% hombres y 50% mujeres. Con lo cual se despliega una potente emergencia de la igualdad de género en todos los ámbitos de la vida chilena. Que transversalmente cruza los sectores políticos sin excepción alguna. De ese modo, el gobierno de Bachelet comienza a avanzar y a trabajar en sus 36 primeras medidas, destinadas a marcar en el transcurso de los 100 primeros días, el nuevo estilo de este cuarto gobierno de la Concertación.

Se prevén en estas 36 medidas, cambios emblemáticos. Por ejemplo, así lo es la reforma al sistema de pensiones para los sectores más viejos de la población. Hasta la fecha, este sistema es administrado por un sistema privado que lucra de forma grotesca con los ahorros y años de trabajo de miles de chilenas y chilenos: la inmensa mayoría. Por lo mismo, se ha comprometido una profunda reforma que garantice pensiones dignas, si embargo, a la dificultad que pondrá la oposición (más bien la derecha) ante un cambio de tamaña proporción de un sistema (hoy negocio) que mueve millones de pesos y de los cuales usufructúan un puñado de personas de la sociedad chilena.

Por lo mismo, hay que destacar lo que representa y significa Bachelet. El movimiento es de una fuerza, profundidad y alcances insospechados. No sólo representa el deseo de las mujeres por estar en igualdad de condiciones que los hombres sino también, abrió y así lo expresamos durante toda la campaña, la posibilidad de apertura e igualdad, para todos los estamentos y vertientes culturales y sociales excluidas de las decisiones, la atención y la libertad de desarrollo autónomo y pleno. En esta mayoría plural se distinguen los movimientos indígenas, de la diversidad sexual, urbanas, estudiantiles y de trabajadores. En términos generales, se percibe la potencia del estamento juvenil que goza de una historia de fuerza así como de aletargamiento y desafección.

El imprevisto secundario

A los 65 días de gobierno, comienzan movilizaciones. Los estudiantes de la enseñanza secundario (llamados “pingüinos” por los colores del uniforme que en Chile se les exige utilizar), salen a la calle masivamente. Una vez más ese segmento del estudiantado llama la atención. Reivindican problemáticas de corto plazo, todas de alcance cotidiano muy perceptibles para los estudiantes: gratuidad en la tarjeta para el transporte colectivo, gratuidad de la tarifa del transporte público, gratuidad del examen de ingreso a la educación superior (universitaria o técnica).

Hace ya algunos años, el mundo político y la opinión pública observaban como un hecho casi habitual supuestamente promovido por sectores radicalizados de izquierda, la violencia y masividad de las manifestaciones estudiantiles. Ya en el año 2000’, el movimiento secundario había despertado. Salían en gran número a la calle para exigir la entrega inmediata del pase escolar que consagra el beneficio a una tarifa rebajada del transporte público debido al atraso en la entrega por parte del gobierno. En ese momento, también se exigió mayor cobertura de aquella tarjeta para los sectores más pobres y medios de estudiantes. Llamó la atención en ese entonces, que las movilizaciones convocaran también a los estudiantes de la educación superior, tradicional y privada (en esta última estudian los tres quintiles más pobres de jóvenes y el 53% del estudiantado chileno lo hace en ese sector). Una vez logrado el objetivo cesaba el movimiento. El siguiente año 2001’, los estudiantes volvían a la carga. Esta vez en mayor número, sin embargo, sin orgánica (sin dirigentes o vocerías) ni objetivos claros mas que el nuevo retraso de la entrega del pase escolar y la extensión de su cobertura. La falta de organización por cierto no permitía claras vocerías, por tanto, el impacto discursivo en la opinión pública era nulo en tanto que esta se nutría sólo de imágenes de los destrozos que las manifestaciones desencadenaban. Ésto, por un motivo sumamente clave: la inmadurez de las instituciones y organizaciones juveniles que no permitieron una mayor profundidad analítica de la educación y en consecuencia, predominó la hegemonía de los intereses de estabilidad gubernamental y social del propio gobierno, ejercida a través de la presión y las redes de los partidos oficialistas. En los que la prioridad social y política del momento era otra: demostrar la capacidad de dar gobernabilidad democrática al comienzo de un gobierno afectado por la crisis asiática, los 10 años de la Concertación en el poder, encabezado después de 28 años, por un socialista. En tanto, particularmente, en el Partido Socialista de Chile (PSCH) se buscaba blindar a Lagos, dado que surgía el trauma político socialista: 1973’, el año del golpe de estado. Había que ser leales con el presidente Lagos como no se había sido con Allende. Se asumía una dura y traumática autocrítica. Rondaba en el ambiente, el hecho que los socialistas reconocían haber contribuido al golpe militar y su posterior dictadura asesina, por medio de presiones políticas llevadas por la radicalizaciones del movimiento socialista chileno. Ese era el cuadro político de entonces.

De ahí nace, el actual movimiento estudiantil secundario. En el contexto de una juventud activa, que comienza a sacarse la estigma que por un lado, los medios de comunicación hegemonizados por la derecha explota día tras día, año tras año: la juventud que “no está ni ahí”[1].

Durante el 2005’, el movimiento estudiantil universitario (enseñanza superior), logra un acuerdo de cobertura (en cuanto al acceso a la educación superior) con el gobierno calificado de histórico. Se garantizaría por la vía de un sistema de créditos de la banca privada con el aval del Estado, la oportunidad de acceso a la educación superior, de prácticamente el 100% de los jóvenes chilenos. Y como último antecedente y/o ejemplo, en las elecciones presidenciales de las cuales Bachelet salió vencedora, los jóvenes jugamos un papel de enorme protagonismo. Por lo que respecta a la Concertación, como nunca desde la existencia de la misma, los jóvenes de los cuatro partidos (Juventud Radical [JR], juventud del partido por la democracia, Juventud Demócrata Cristiana [JDC] y Juventud Socialista de Chile [JSCH]), organizamos un comando nacional de campaña presidencial, autónomo. Movilizamos una masa de jóvenes a lo largo y ancho de todo el territorio, de más de 150.000 jóvenes. Antecedente que en los 16 años de Concertación, no se había dado del mismo modo es decir, con autonomía y organización, con tanta fuerza y convocatoria. La autonomía organizacional se fortaleció.

En este contexto, lo que logra el actual movimiento secundario, fue imponer en la agenda política, la necesidad de una reforma a la actual reforma a la educación chilena que avanzaba lentamente en materia de calidad. Predominaba aun la educación como un producto de consumo y no como un derecho y un servicio ciudadano. Lo cual a los socialistas incomodaba de sobremanera. Sin embargo, los 16 años de gobierno y estancamiento de aquella discusión congelaron el debate partidario de los socialistas. Se mantuvo solamente en la JSCH dado que naturalmente, por nuestra presencia en el movimiento estudiantil se mantenía. Pero lo último, es muestra y señal de fractura comunicativa que por mucho tiempo han mantenido las generaciones más viejas del partido con las nuevas de la JSCH.

La violencia y masividad de las primeras movilizaciones capturaba año tras año, la atención. Sin embargo, el movimiento estudiantil logró trascender ese estigma cuando las marchas y las concentraciones se tornaron paros y tomas de los principales y emblemáticos liceos públicos de la zona céntrica de Santiago que, por medio de la Asamblea de Estudiantes (lo más parecido a la democracia directa) logra coordinar efectiva y eficazmente, una acción de movilización, de paralización sin violencia callejera, y un sistema de vocerías que permitió mantener y profundizar el mensaje político hacia la opinión pública.

Así, las demandas de corto plazo ya no eran las únicas, ni las prioritarias. Se proclamaba una profundización radical de la educación secundaria por medio de medidas concretas que entre otras, implican reformas a la constitución y al rol del Estado.

Con esto, el alto nivel de organización de jóvenes entre 13 y 18 años promedio, sorprendió al gobierno con sus desaciertos, los partidos en todo su espectro, los restantes gremios y la opinión pública que luego de ese cambio de estrategia comenzó a simpatizar y solidarizar con un movimiento estudiantil que en su clímax movilizó a más de 800.000 estudiantes secundarios, en tomas y paros de colegios y liceos de todo Chile. El conflicto se perpetuó por un mes. Durante dos semanas, todos los días, fue titular de portadas de diario y noticiarios televisivos. Los apoderados y los profesores solidarizaron. Enviaban a sus hijos al colegio ya no a estudiar sino a manifestar. En todas las capitales regionales del país, se viven diariamente jornadas de protestas con incidentes. Un paro nacional de estudiantes llevó al país a poner enorme atención en la unidad férrea del movimiento que congregaba jóvenes del espectro político completo. Voceros de derecha e izquierda imponen una discusión y un debate que en más de 30 años, desde los movimientos de los 70’, no se veía.

Esta modificación de la agenda pública, este fuerte llamado de atención es lo que pone en evidencia la necesidad de replanteamiento de la izquierda y el progresismo oficialista. En los 80 días de gobierno de Bachelet, esto es un presagio social positivo, que implica profundizar y replantearse los objetivos de fondo que se persiguen, desde una óptica pragmática y acuciosa. Acortar el concepto de democracia participativa es de enorme importancia, y es lo que los socialistas repensamos hoy. ¿Para qué queremos democracia participativa? ¿No es esta un medio? ¿En qué vimos expresado aquel concepto durante el surgimiento del movimiento estudiantil más grande y gravitante de las últimas tres décadas? Sin embargo, esta luz de alerta pone un abanico de preguntas claves que las y los socialistas debemos contestarnos. Más aun cuando vuelven a brotar las fuerzas que aceleran los procesos de demanda social: los jóvenes. Una impresión que comienza a asomarse no sólo en Chile. Con lo cual una difusa dirección puede conllevar el estallido de un movimiento amorfo, sin norte, que así difícilmente lograría concretar progresos. Para la Concertación y los socialistas, la pregunta necesaria es ¿Qué Chile es el que construimos?
[1] “No estoy ni ahí”: Expresión que los jóvenes chilenos utilizan para decir que algo no les interesa. Fue moda de expresión durante los 90’ para manifestar desafección y desinterés. Pasó a ser la expresión con la cual se caracterizó a la juventud, con la finalidad de proyectar que a ésta, nada le interesa ni nada le motiva más que sus intereses particulares. Es el concepto de juventud inconsciente e individualista que la derecha ha utilizado y explotado con mucha crudeza haciéndolo moda, para desprenderse pública y superficialmente de su ideologización derechista (en Chile, la izquierda ha logrado mantener mediáticamente la relación entre derecha, dictadura y atropello a los DD.HH). Un disfraz para no ser ni de derecha ni de izquierda, para ser apolíticos. ¿Cómo ser apolítico si manifestar apoliticismo es manifestar una posición política? Sin embargo, la misma dirigencia de la Concertación y la izquierda extraparlamentaria, dejó que se impusieran estos paradigmas en la sociedad chilena. Asumiendo en la cotidianidad un cierto desprecio y despreocupación por la actividad del movimiento juvenil en todos sus frente: partidos, organizaciones sociales, gremiales y ciudadanos, movimientos urbanos, etc.
Ponencia realizada por el Pdte. de la JSCH, Juan-Pablo Pallamar, en un encuentro latino americano de dirigentes de juventudes de la internacional socialista, efectuado en Galapagar, Madrid, España, organizado por el PSOE y la fundación Jaime Vera